Alberto Maroto y la Escuela Infantil: “Sin la colaboración de las familias, nuestra labor no continuaría en casa”

Desde el Alma de Aldeas El Escorial, Alberto Maroto, director de la Escuela Infantil, habla sobre el trabajo diario con los niños y niñas de 0 a 3 años en Aldeas Infantiles SOS.

Antes incluso de poner un pie dentro del espacio que delimita la calle y la Escuela Infantil de Aldeas Infantiles SOS en San Lorenzo de El Escorial ya se escuchan las risas de los 35 niños y niñas que allí conviven. Alberto Maroto, su director, que lleva 10 años trabajando aquí con una energía arrolladora explica que este edificio está formado por 3 clases, un comedor y un jardín donde los más pequeños, entre 0 y 3 años, disfrutan a diario. 

En este programa todos las educadoras trabajan la prevención, sobre todo con las familias más vulnerables. “Damos mucha importancia a la conciliación de las familias y proporcionamos a niños y niñas un ambiente adecuado para el desarrollo de sus capacidades”, señala Maroto. Porque mientras la infancia forma parte de esta pequeña y gran escuela, es necesario que los padres y madres en situación de riesgo también crezcan junto a ellos en materia de búsqueda de empleo o formación. 

Las 3 ramas principales sobre las que se asienta esta Escuela Infantil son: la asistencial, el desarrollo de las capacidades y el apoyo a las familias. “Mientras los niños están junto a nosotros sabemos que van a tener un descanso adecuado, habilidades socio-higiénicas, autonomía y alimentación equilibrada”, explica el director. 

Gran parte de la infancia que forma parte de esta escuela está derivada por los Servicios Sociales o han justificado su situación de vulnerabilidad. Normalmente, y así lo explica el profesional, suelen dar prioridad a aquellos niños y niñas que provienen de entornos complicados, “por ejemplo, por temas de discapacidad, dependencia, o familias con modelo monoparental o que han sufrido violencia de género”.

Aprender a reconocer las emociones

Dentro de estas paredes se trabajan las capacidades de cada niño y niña “gracias a la neurona espejo”, cuenta el director. Estas neuronas son aquellas que se activan cuando se realiza una acción o se observa a otras personas ejecutar esas acciones. Permiten que los niños y niñas imiten los movimientos: “Están con otros niños en una edad que se basa en explorar y descubrirlo todo. Entonces, cuando se produce un éxito y el niño sonríe y lo pasa bien, los compañeros que lo ven, también van a hacerlo”, aclara.

En este proyecto las inteligencias múltiples tienen una gran cabida, tanto como la comunicación, la resolución de conflictos y los vínculos afectivos. Así, poco a poco, los educadores van descubriendo y cuidando la construcción de la personalidad de los niños en cada ciclo. 

No obstante, aunque Maroto asegura que estas edades son bastante conflictivas debido a la manera en la que los pequeños se comunican, él lo ve como una oportunidad para aprender a adaptarse: “Trabajamos con ellos para que aprendan a expresar aquello que no les gusta y a pedir perdón”. 

El trabajo con las familias

La parentalidad positiva es un punto importante para todos los educadores: “Hacemos excursiones y cumpleaños donde participan las familias. Intentamos que sea una escuela abierta, también para la comunidad. Pretendemos generar una red social para que se puedan apoyar entre todos y todas”. Es la manera de afianzar todo lo que los niños aprenden en las aulas porque, dice, “sin su colaboración lo que hagamos con el niño no va a tener continuidad en casa”.

Cuando llega una familia nueva deben firmar un contrato de compromiso que les convierte en sujetos activos dentro de las actividades que se realizan en el centro. “Si finalmente no participan en nada, nos vemos obligados a hablar con ellos para que conozcan la importancia de involucrarse en el desarrollo de los niños y las niñas”, cuenta Maroto. Y declara: “Para mí, lo más importante, es el bienestar del niño/a”.

Una profesión que cambia el mundo

Aunque Alberto cuenta que es un proyecto físicamente agotador, no concibe su trabajo fuera de esta escuela. Ha vivido miles de experiencias, buenas y malas, “pero sobre todo buenísimas”, define. Siempre ha tenido una vocación educativa y social; aquí complementa muy bien ambas cosas.

Asegura que en ocasiones es necesario desvincularse emocionalmente de ciertas historias cuando termina su jornada laboral, pues hay familias con situaciones muy complejas: “El primer año fue el peor para mí porque te llevas todos los problemas a casa, porque no solamente es la situación familiar, sino también los problemas del niño/a, que quizás sea incapaz de llorar o que tenga muchas dificultades del lenguaje por las experiencias que ha vivido”. Lo que sí tiene claro es la necesidad de generar un vínculo seguro con los pequeños: “Vamos a estar siempre que lo necesiten, pero hay unos límites, también con la familia”. 

Desde esta escuela Maroto seguirá apostando por la  prevención  en la infancia y el desarrollo óptimo de sus habilidades. Ya que, como él mismo cuenta, “soy educador porque tenía claro que era la manera de cambiar el mundo”.